jueves, 4 de diciembre de 2008
Dos noches en el edén
El tiempo se detuvo y el mundo se desvaneció al cerrar la puerta de esa habitación. Desde el primer instante fue una sensación mágica y peculiar. Algo que no sólo se sentía extraño, pero que luego se volvería adictivo. La pequeña habitación de paredes blancas tapizadas con fotografías tenía una energía única. Me sentí bienvenida, cómoda, como si perteneciera a ese sitio. La ventana empapada en gotas servía de marco para otra imagen en la pared y se camuflaba con el resto de las fotos. Bajo la misma, la cama que sería donde pasaría la mayor parte de mi estadía me recibía. Era ahí, esa habitación, el lugar que jamás querría dejar. Por un momento me sentí aislada de todo, como en un transe, ahogada en tranquilidad.
Al recostarme en su cama entre sus brazos, me dí cuenta que eso recién comenzaba. Era todo el principio de los mejores días de mi vida. Las horas dejaron de existir entre los besos y las caricias. Los cruces de miradas ya eran completamente adictivos. A ésta altura las acciones tomaron el lugar de las palabras, dejando así un silencio ensordecedor. Sólo se oía el ruido de nuestra respiración, de nuestros besos y ocasionalmente un te amo siendo susurrado. Luego no sólo mis ojos buscaban memorizar cada detalle de él, ya era mi cuerpo entero que sentía esa necesidad y tentación. ¿Cómo poder dormir y desperdiciar un segundo para explorar sus rasgos, su cuerpo, su reacciones y sus acciones? Aparte, teniendo su boca tan cerca no podía resistir besarlo como si fuera el último beso. ¿Cómo no volverse adicta a sus manos recorriendo mi piel y erizarme con tan sólo sentirlo cerca mio? Ya era más que una necesidad enredar mis piernas con las suyas, atar mis brazos al rededor de su cuerpo, y sumergir mi cabeza en su pecho para oír sus latidos ritmicamente cantar. Su exquisito aroma parecía bañar mis poros cada vez que rosaba su cuello con mi nariz. Me gustaba buscarlo, que me buscara y que me encontrara. Tentarlo y tentarme a cometer excesos sin pensar dos veces. Me deleitaba con verlo, con sentirlo, con simplemente saber en ese momento que era todo y únicamente mio. Y no, no era simplemente lujuria, era amor, pero no cualquiera sino del bueno.
Causalmente nos encontramos y espontáneamente se ha desenvuelto todo. Cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo me encuentro más aferrada a él. Extraño su aroma, su roce, su presencia cada vez que lo tengo apenas unos centímetros lejos de mi. Siento que de a poco se convierte en mi nueva droga, que necesito cada vez un poco más. Y sigue siendo todo un misterio como todo llegó a ser lo que es, pero prefiero no buscar una respuesta.
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