Cinco baños, cuatro pasillos, diez escaleras, y una oficina. Dos días a la semana, y una vez al mes. Una escoba, un trapo y muchas bolsas de basura.
Cuatro días de rutina laboral, un escritorio desordenado y ni un microondas para calentar el almuerzo. Demasiada mierda de ratón sobre el teclado, al menos veinte papeles en el suelo e innumerable rollos de papel higiénico en el baño. Ocho teléfonos, cinco computadoras, una laptop, cinco compañeros, y un jefe. Cuarenta y cinco minutos de viaje, unas ocho cuadras, seis llaves y tres puertas.
Te cuento que nunca paro de contar, de pensar, de analizar. Al lado del escritorio hay dos vasos: uno azul y uno amarillo, ambos llenos de marcadores y lapiceras. Y en una de esas ocho cuadras hay una clínica pediátrica con ventanas que parecen espejos--y siempre que paso por ahí no puedo evitar verme--. Y solo una de mis cinco compañeros aun tiene ambiciones. Y los rollos en el baño, son del 2003.
El despertador suena siempre a distintas horas, pero siempre con el mismo ruido, y siempre hago lo mismo al abrir los ojos: tanteo el teléfono y apago la alarma, miro hacia la ventana a ver si hay sol, luego me levanto intentando no hacer ruido, camino hacia la cocina, lleno la cafetera de agua, voy hasta el baño, agarro la toalla y arrimo la puerta. Soy un animal de rutinas, pero las detesto.
Y que te cuento con todo esto? Que memorice tanto todo que es hora de cambiar de nuevo.
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