Hay una batalla entre las dos partes más importantes de mi cuerpo: el cerebro y el corazón. Me duelen los dos, me alegran los dos, me sonríen los dos, me lastiman los dos y me hacen girar sin parar.
Quisiera callarlos, y no puedo. Ambos gritan al mismo tiempo y no tengo ganas de lidiar con sus problemas. Si el corazón dicta, el cerebro se enoja. Y cuando el cerebro medita, el corazón llora.
A veces entre ellos tratan de hacer las pases, y les dura poco. Y es ahí cuando me generan una tormenta interna, que arrasa con todo, con absolutamente todo. No me dejan existir, no me dejan concentrar, no me dejan ser yo. Me vuelvo carne caminante, carne alborotada y agresiva.
No puedo simpatizar con uno de ellos, pues ambos tienen puntos validos. Entonces cuando mi ser amenaza con aliarse definitivamente con uno, la misma guerra interna de otro ser llega sabotear mi claridad. Y todo se desata una vez más, convirtiéndose en una esfera rellena de risas y llantos. De fantasmas y planes futuros.
No razono, no siento. Pienso mucho, vivo a flor de piel. Estoy viva, estoy muerta. Ya no se que más hacer.
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